El legado de Luna
La historia de una mujer, una secuoya y la lucha por salvar el bosque
¿Qué estarías dispuesto a hacer para proteger a tus seres queridos o al
hogar que tanto te ha costado conseguir? Si una apisonadora amenazara con
llevarse por delante tu casa, tras la aprobación de un nuevo plan urbanístico,
?te plantearías hacer una sentada para impedir que la derribaran? Muchas veces
hemos visto escenas parecidas en la gran pantalla. Vecinos que se niegan a
abandonar sus hogares, personas que emprenden desgarradoras huelgas de
hambre... Ficción o realidad, acciones como éstas siempre dependen del grado de
implicación y apego hacia esa pertenencia y del coraje que uno posea.
Queremos que nuestros hijos dispongan de parques y jardines donde jugar y
respirar un poco de aire puro entre tanta contaminación urbana, pero, a pesar
de este deseo, no se nos ocurriría nunca subirnos a un árbol para evitar que lo
talaran. No consideramos a los árboles como una pertenencia valiosa, como
nuestra casa, por la que debamos luchar. Pocos son, por tanto, los que
emprenden acciones "diferentes" y comprometidas.
Julia Butterfly Hill es la excepción que confirma la regla. "Nadie
tiene derecho a robar al futuro para conseguir beneficios rápidos en el
presente. Hay que saber cuándo tenemos suficiente", afirma en El legado de
Luna, su testimonio escrito de los dos años que pasó en lo alto de la secuoya
milenaria, llamada cariñosamente por los activistas Luna, para preservarla de
la tala.
Las industrias madereras hace mucho que "roban al futuro" talando
los bosques de forma masiva e insostenible, impasibles ante el proceso que sus
actos desencadenan. Si se deja a una colina sin árboles, la fuerza de la lluvia
arrasa todo a su paso porque no queda nada para sujetar el suelo y las rocas.
Además, al modificar el hábitat, muchas de las especies podrían llegar a
extinguirse. Y, puesto que las sanciones que se les impone a estas empresas son
ridículas con respecto a las ganancias que perciben, les es mucho más rentable
violar las leyes que respetarlas. Pacific Lumber es una de estas empresas
madereras, a la que desafió Julia hasta conseguir su propósito: preservar su
secuoya y todos los árboles que se encuentran en un radio de 60 metros a la
redonda.
La batalla que libró Julia Butterfly desde lo alto de la secuoya no fue,
sin embargo, una batalla en solitario. A pesar de que llegó a estar en
desacuerdo con los miembros de la organización ecologista con la que
colaboraba, éstos se encargaron de suministrarle comida y todo lo necesario
para subsistir. Poco a poco Julia fue ganándose la simpatía de muchas personas:
desde famosos como Bonny Raitt, Joan Báez o Woody Harrelson, que subieron a
Luna a visitarla, hasta algunos de los leñadores que acabaron tomando
conciencia de su lucha.
Julia Butterfly, desde la secuoya Luna, atendió a los medios de
comunicación, que la empezaron a tomar en serio a medida que transcurrían los
meses. Para ello, hizo uso de cargadores de batería de teléfono móvil que
funcionan con paneles solares. Un ejemplo de que la tecnología alternativa no
sólo es posible, sino también muy útil en situaciones extremas.
Recorriendo las páginas de El legado de Luna uno toma conciencia de la
fortaleza física que puede proporcionar el reto de conseguir los propios
ideales.Julia Butterfly Hill sigue insistiendo hoy día, desde su Fundación
Circle of Life, en que una sola persona puede cambiar las cosas, aunque para
ello deba vivir en un árbol.
Luna es una de las milenarias secuoyas del bosque de la ciudad de Stanford
en California. A finales de 1997 la Pacific Lumber Company irrumpió en la
arboleda de 60 mil hectáreas para iniciar la deforestación de uno de los
ecosistemas más importantes de la zona. Julia Butterfly Hill, una activista de
23 años, decidió interrumpir lo inevitable y encaramándose al árbol impidió la
inminente tala. Pasó 738 días entre sus ramas y sin poner un solo pie en tierra
obligó a la compañía maderera, tras durísimas negociaciones, a indultar el
árbol y a todos sus hermanos cercanos. “Nadie tiene derecho a robar al futuro
para conseguir beneficios rápidos en el presente. Hay que saber cuándo tenemos
suficiente…” Julia Butterfly Hill en su libro “El legado de Luna”.
La vida en el árbol fue muy dura y cambió por completo a Julia. La idea era
estar dos semanas hasta el relevo de un compañero. Pero éste nunca se produjo.
Un pequeño equipo le suministraba con cuerdas y poleas los víveres necesarios
para la travesía, incluyendo unos pequeños paneles solares para cargar el móvil
con el que organizaba las entrevistas, captar adeptos para la causa o incluso
hablar en directo con el senado norteamericano. Su pequeño hogar, a 50 metros
de altura, consistía en una plataforma de 3 metros cuadrados cubierta por una
lona impermeable, un pequeño hornillo, un cubo con una bolsa hermética para
hacer sus necesidades y una esponja con la que recogía el agua de lluvia o
nieve para lavarse.
-“[…] Sí, la Pacific Lumber comenzó entonces a talar árboles a mi
alrededor. Aparecieron helicópteros que me echaban chorros de agua. Quemaron los
bosques durante seis días, el humo destrozó mis ojos y mi garganta, y me llené
de ampollas. Luego montaron guardias día y noche para que no me pudieran
suministrar comida. Acabe amargada, chillando, dando golpes, al borde de la
locura. […] Para consolarme pensaba en las familias de Stanford que a causa de
la tala del bosque se inundaron y se quedaron sin casa… “ Julia Butterfly Hill
. Entrevista para ‘La vanguardia’ Extracto del documental “Luna” (imágenes
reales de la aventura). Earth Films
Pero lo peor estaba por llegar. En el invierno de 1998 una impresionante
tormenta de más de dos semanas estuvo a punto de separar a Julia de Luna.
Vientos racheados acabaron con la lona y empujaron a Julia hacia el vacío.
Abrazada a la secuoya y próxima a la rendición, escuchó “la voz de la luna”
recordándole que “sólo las ramas que son rígidas se rompen”. Abandonó entonces
el apoyo estable para agarrar la inmadurez y flexibilidad de las verdes ramas
más jóvenes que fueron las que, a la postre, resistieron el envite y con ello
salvaron la vida de Julia.
Salvar esa tormenta supuso un cambio de actitud. Julia se deshizo del arnés
y de los zapatos y se fundió con su entorno alcanzando su apogeo espiritual. No
iba a volver a vivir con miedo. Una importante dolencia de origen vírico en los
riñones la encaró de manera simbiótica, medicándose con extractos de plantas
cercanas suministradas por su equipo. Conocía cada insecto, cada rincón de Luna
y esto le permitió encarar con certeza y ventaja psicológica la negociación con
los deforestadores que dejaron por entonces de llamarla “eco-terrorista”.
El tiempo fortaleció la imagen activista de Julia y poco a poco fue
ganándose el respeto y los apoyos de muchas organizaciones ecologistas y de los
medios. El desfile de famosos que subieron al árbol a visitarla (Bonnie Raitt,
Joan Báez o Woody Harrelson) fue tan grande como el impacto mediático del
desafío.
El 18 de diciembre de 1999 Julia descendió de Luna con las manos verdes del
musgo y los pies encallecidos, en medio de una gran ceremonia. Culminó con
éxito las negociaciones con la maderera quién se comprometió no sólo a respetar
a Luna y todos los árboles cercanos en un radio de 60 metros, sino a incluir
una política medioambiental en todos sus futuros trabajos.
La exitosa empresa de Julia ha ayudado a prestigiar a toda una generación
olvidada para el activismo verde tan de moda en los 60’s. La fortaleza física y
mental que puede proporcionar el reto de conseguir los propios ideales debe ser
ejemplarizante y suficiente para desenmascarar otras actitudes de pancarta y
cacerola tan incoherentes como egoístamente confortables.
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